Fábula del Duende Malvado
En un lejano reino de la antigüedad vivía un niño huérfano, al cual su padre, le había dejado un pequeño bote, una caña y unos anzuelos. Siendo el mayor de cinco hermanos, el niño debió asumir la responsabilidad de ser el sostén de su familia, trabajando como pescador al igual que su padre. Desde entonces, pasaba los días en el viejo y maltratado bote, esperando que algún pez eligiera sus anzuelos. Días tras días y horas tras horas pasaban lentamente sin que nada cambie su rutina. Llegaba al río muy temprano por la mañana y se quedaba hasta que el sol comenzaba a entrar por la colina. Tan sólo el hecho de alimentar a sus hermanos pequeños, lo mantenía firme en su aburrida labor.
Un día, de esos interminables, el niño se disponía a emprender su regreso a casa, cuando fue sorprendido por una carcajada con tono burlón. Al girar su cabeza pudo ver un duende que se acercaba con un hacha y sin mediar palabra alguna, comenzó a destrozar el pequeño bote. El niño aterrado, lloraba y le suplicaba que se detenga ya que no sabía nadar; pero el duende continuó rompiendo y riendo con malicia hasta que el bote comenzó a hundirse. El niño luchando por su vida, logró mantenerse a flote. Llegó a la orilla luego de tragar mucha agua y sentir que su muerte era inminente. Al salir del río contempló como el bote desaparecía junto con su caña y sus anzuelos. Todo lo que tenía para dar de comer a sus hermanitos se había perdido. El pánico se apoderó del niño quien comenzó a correr hasta caer desmayado.
La noche pasó y el sol nuevamente apareció. Sin saber muy bien que hacer, decidió ir al pueblo a mendigar comida para llevar a sus hermanos. Pedía ayuda a cada persona que cruzaba, pero nadie le prestaba atención, pues era uno más de los tantos pordioseros que había en el pueblo. Pensando en el hambre de su familia, lloraba amargamente hasta que un mercader se detuvo a oír su historia. Incrédulo, pero con intenciones de ayudarlo, el hombre le explicó al niño que podría llevar alimento a su hogar y comprar un nuevo bote, si trabajaba como ayudante de otros pescadores. Su conocimiento y experiencia como pescador, serían bien recompensados si se esforzaba honestamente. El niño sorprendido por la idea, accedió y siguió su consejo. Fue a la zona donde los pescadores solían reunirse y se acercó a varios de ellos para ofrecerse como ayudante experimentado.
Un anciano que vio su propia historia reflejada en el niño, le dio la oportunidad. Comenzó a trabajar duramente durante muchos meses hasta que pudo comprar su bote. Orgulloso por el logro alcanzado, salió a trabajar ese primer día sin percatarse que algo había cambiado en él.
Una tarde, mientras estaba en el agua y en la soledad de sus pensamientos, se le ocurrió que él también podría tener un ayudante, que entre ambos podrían pescar más peces y así comprar un segundo bote. Así lo hizo una, otra y varias veces; hasta tener una docena de botes y pescadores que trabajaban para él.
Luego de muchos años el pescador ya no salía a pescar en su bote, prefería contemplar su flota desde el muelle y navegar en sus propios recuerdos de aventuras, amores y momentos felices. No había un solo día en el que no pensara en aquel duende, hasta que una tarde de primavera, el duende se presentó ante él. Aquel niño, ahora un anciano, se sacó su sombrero y con lágrimas en los ojos, miró al duende y le dijo:
-Gracias!
Fabricio Grillo